A veces la justicia en el fútbol es justa. Y en el Estadio Nacional de Santiago premió, divina y ciega, al equipo que elogió al juego. Chile se sacó de encima a un áspero Uruguay y a todo su estigma de la garra y el coraje. Mauricio Isla rompió con las barreras celestes y clavó en el corazón de todos los chilenos un gol que alimenta el sueño del equipo de Jorge Sampaoli, que se instaló en las semifinales de la Copa América que organiza fiel a sus principios y a sus ganas de ganar desde la belleza del juego y no desde los vacíos oscuros.
Rojos contra Celestes, no hay análisis que valga cuando hay un equipo que quiere jugar y otro que juega a no jugar. Chile impuso su ideal durante casi todo el partido. El de jugar por abajo, el de la dinámica, el del ataque. Pero chocó con la ambición del último campeón de América, que entregó la pelota, el elemento básico para ganar los partidos. Fue una cuestión de altura y Chile jugó un partido a la altura de la instancia que se disputaba. En el primer tiempo desde la claridad del talento de Jorge Valdivia y el ímpetu de Isla para pasar al ataque. El lateral fue el único que logró romper con la dura defensa de los uruguayos, por el costado izquierdo ante la ausencia de Alvaro Pereira y las dificultades de su reemplazante, Jorge Fucile. Isla desbordó las veces que quiso, pero en el área Diego Godín y José Giménez le apuntaban a la luna y aplastaban a los petisos Eduardo Vargas y Alexis Sánchez, a puro rechazo y con firmeza para defender el espacio áereo.
¿Cuánto influye lo de afuera? Edinson Cavani vivió las horas previas al partido cargado de angustias por el incidente que tuvo como protagonista a su padre y aunque en el segundo tiempo levantó su nivel, a la primera provocación quedó señalado y para el árbitro brasileño Sandro Ricci fue muy fácil mostrarle la roja. El del Paris Saint Germain estaba amonestado por una falta a los 29 minutos del primer tiempo y la protesta contra el línea Fabio Pereira. Y a los 18 del complemento, Gonzalo Jara lo notó nervioso, abusó de un gesto obsceno y exageró el toque que le hizo en la cara su rival. Para Ricci fue codazo y lo echó. Godín intentó que la expulsión actuara como una motivación extra para sus compañeros y arengó con gestos ampulosos en un intento desesperado por escribir una línea más en el viejo libro de la garra charrúa.
Pero cuando un equipo como Uruguay apuesta por aferrarse a un empate para forzar una definición por penales sabe que cualquier error se paga. Y Sampaoli hizo lo posible para que sus jugadores generaran ese error. El temor del DT argentino en la previa era la altura de los rivales y el balón detenido, pero sufrió con una volea de Carlos Sánchez que se fue al lado del palo, después de pescar un rebote.
Once contra diez el entrenador local puso a Mauricio Pinilla en el área y un centro desde la izquierda a diez del final quebró la resistencia mezquina de los uruguayos. Un error, el de Muslera en la salida; y un acierto, el Isla para clavar el derechazo abajo le bajaron el martillo con justicia al partido. Después, eso de la garra se convirtió en escándalo con la roja a Jorge Fucile sobre el cierre. No saber perder o no aceptar que la forma traiciona: jugar a no jugar tiene un límite muy fino. Festejó Chile, el que jugó para festejar; y mordió con bronca el polvo de la derrota el que jugó a no perder y perdió.
Fuente: El Clarín