Chile no está eliminado ni mucho menos. Está herido, de gravedad. Eso sí. El empate ante la débil Bolivia en el Monumental no estaba en los cálculos de nadie. Se suponían puntos seguros en casa, pero queda claro que a la Roja no le sobra nada. Y no se debe sobrar por nada. Le puede ganar al mejor equipo del mundo y fracasar con el peor. El triste 0-0 en Macul le pone un signo de interrogación gigante a los bicampeones de América.
Juan Antonio Pizzi se arregla la corbata una y otra vez. Refunfuña y se acuerda de varios familiares con cada ocasión perdida de sus dirigidos. El disparo de Fuenzalida a los 30 segundos, el cabezazo de Vargas a los 13, e de Vidal, un minuto después. Recién pasa el primer cuarto de hora y la presencia nacional en campo boliviano es marcada. El gol, aparentemente, es cosa de tiempo. Está a un suspiro.
Pero no llega la alegría, la falta de finiquito merma el empuje chileno. Bolivia crece, empareja un poco más el juego en el mediocampo y la Roja sufre para dar cuatro pases consecutivos donde vale, cerca del arco de Lampe. Esos toques insulsos en campo propio no son relevantes, sirven para la estadística nada más.
Rodrigo Millar, el ‘Marcelo Díaz’ que eligió banca nacional, está lejos de igualar el nivel del jugador del Celta. Tiene buen pie, sí, mas no el despliegue de Carepato. Le cuesta conectarse con los de arriba, obliga a Vidal y a Aránguiz a tener más recorrido, a buscar la pelota muy atrás. Y a partir de ahí, la baja es escalonada. Retroceden el Rey y el Príncipe, retroceden Vargas y Alexis Sánchez. La meta boliviana sólo sufre con balones detenidos. El público se impacienta y se entretiene, lamentablemente, insultando al equipo boliviano.
El partido ruega por un cambio en el segundo tiempo. Pide a Matías Fernández, por ejemplo, para darle más profundidad a la zona media. Pizzi, sin embargo, sale con los mismos exponentes a buscar el gol que tanto urge. Mucha vuelta, mucho toque, mucho adorno, cero contundencia.
En esas decisiones que sólo entienden los técnicos, Fernández se saca el buzo ocho minutos después del reinicio del juego. Entra por Millar (cambio cantado) y Aránguiz se ubica como volante central. Al poco rato, tragedia total para Matigol, que pide el cambio por lesión. Se va llorando y Pizzi se ofusca, porque su gran movida se esfuma.
¿Y Chile? Sigue jugando mal. Exige poco a Lampe, que igual es figura, pero sin claridad. Hay señales negativas, el equipo pierde muchos balones divididos, tiros libres mal ejecutados. A esa altura, los que esperaban una masacre se conforman con ganar por un gol feo. Da igual, Rusia 2018 se escapa, aunque las matemáticas dicen lo contrario.
La banca recurre a Pinilla, como siempre en estos casos. A tirar centros, a ganar a los pechazos. No importa. El conjunto nacional se ve cansado, para confirmar los síntomas de sufrimiento. Como sucede regularmente, Pinilla poco ayuda en ataque, enreda más las cosas. A 10 minutos del cierre, la desesperación por anotar es manifiesta y bloquea la mente de todos.
Estaba escrito. Como en la peores noches de Chile, como esas jornadas en que nada salía y que parecían desterradas. La Selección no pudo con Bolivia, fracasó. Y ahora deberá pensar y trabajar mucho. Se esconde el campeón de América y aparece la tan repudiada calculadora, esa que hoy dice que la Roja está fuera de la próxima Copa del Mundo.
La Tercera