A quién le importa si fue un sufrido y trabajado 2-0. A quién le importan los detalles, si en la tabla Chile aparece con tres puntos después de su victoria más que justificada sobre Brasil. Qué importan esos pasajes con dudas, si al final con los goles de Vargas y Sánchez se acabaron 15 años de frustraciones contra el Scratch y, por primera vez desde que existe el formato de Eliminatorias todos contra todos en Sudamérica, la Selección empieza con un triunfo el camino al Mundial.
No hay ninguna razón para no festejar. Porque anoche el campeón de América sumó otra virtud a su repertorio: la madurez. Esa capacidad que permite ganar sin apelación, pese a que no hubo brillo sobre la cancha. En palabras simples, un triunfo ejecutado por la contundencia de sus estrellas, pero pensado desde la banca por un entrenador que esperaba hace meses este duelo, desde ese travesaño maldito que dejó a Chile sin los cuartos de final de Brasil 2014.
Claro, en los primeros 45 minutos Chile se vio distinto. Incluso, Brasil se instaló en campo local y complicó la salida limpia de la Selección, elemento básico de su juego ofensivo. A esa altura, el público del nacional, igual de frío que el partido, agradecía la falta de magia en el pentacampeón del orbe, la falta de Neymar.
Llamativo, por ejemplo, que la primera mitad terminara con un 58% de posesión en favor del rival, algo inconcebible en el libro de Sampaoli. Por lo mismo, a 10 minutos del descanso, el casildense intentó darle una vuelta al partido y mandó a Mark González a la cancha. El cruzado (quien hasta última hora peleó un puesto de titular) se instaló como extremo izquierdo y con una orden muy simple, pero potente: darle vértigo a la banda y hacer trabajar a un Dani Alves muy tranquilo.
El zurdo entró clarito, porque en la primera fue al frente, la peleó dentro del área y se la entregó a Sánchez, cuyo disparo pegó en el poste. Fue lo más importante, casi lo único de Chile antes de ir a camarines.
La línea de tres en defensa cambió a cuatro, más dos volantes mixtos, un enganche (el opaco Valdivia) y tres delanteros le devolvieron a la Roja el protagonismo dentro del campo. Ayudó también que Dunga, quizás conforme con el empate, entregó el terreno y apostó, casi en exclusiva, al contragolpe. Por suerte, la mayoría de esos ataques terminó en los pies de Oscar, uno de los peores en el pasto ñuñoíno.
Isla estrelló el balón en el poste (55’), pero a la Roja le costaba entrar al área. Afectaba el cansancio evidente de Valdivia, quien estuvo lejos de ser ese jugador distinto que tanto encandila. Sampaoli, inteligente, también lo notó y ordenó otro cambio: Matías Fernández. El volante de Fiorentina se adueñó de inmediato de los tiros libres. El primero lo golpeó contra la barrera, pero el segundo fue un centro preciso que Vargas, el de siempre, el iluminado, mandó al fondo del arco. De libro la pelota detenida.
La apertura de la cuenta llegó a los 71’ y produjo un estallido en el Nacional. Aparecieron los “ole” (muy apresurados, por lo demás) y Brasil se vio obligado a cambiar su rol. Ahora los conformistas debían ir al ataque. El veterano Ricardo Oliveira, de 35 años, ingresó como salvación, pero no hizo mucho.
Alexis se enganchó un poco, para conducir la pelota, para desnivelar, y Fernández siguió dando claridad al juego. Pero claro, Sampaoli le tiene mucho respeto a Brasil y prefirió reforzar la defensa con Christian Vilches. La movida fue perfecta, puesto que sacó a Marcelo Díaz y ubicó a Gary Medel en su función original, al centro del campo, como un destructor.
Se ordenó Chile y confirmó su triunfo. No sólo con el juego, sino también con su mejor jugada del partido. Una pared larga entre Sánchez y Vidal, que el ariete del Arsenal terminó con el 2-0 final. Golazo y firma de un triunfo histórico, de esos a los que esta generación dorada ya acostumbró al mundo.
Fuente: La Tercera
Foto: Agencia Uno