Hay un hombre en la Roja que siempre será un niño. Que sin importar lesiones, el día, el adversario, la hora o el estadio, juega como un cabro chico de barrio. Se llama Alexis Sánchez, el eterno Niño Maravilla, la estrella del Arsenal, que guió a la selección chilena a un triunfo notable sobre Uruguay por 3-1, que deja al Equipo de Todos encaminado a Rusia 2018.
No fue una, no fueron dos ni tres veces. Se dijo tanto, hasta el cansancio. Era clave no equivocarse, no dejarle una pelota con ventaja a Suárez ni a Cavani. Y como muchachos de primer año de escuela de fútbol, la Roja le regaló una tras otra las ocasiones para que la letal dupla charrúa se luzca. Al minuto, de hecho, el ariete del PSG obligó una notable tapada de Claudio Bravo.
Es cierto, Uruguay sorprendió con una tibia presión a la salida chilena, pero si la Celeste se vio dominante en los primeros 20 minutos fue principalmente por los yerros de la zaga, errática en la salida, feble para neutralizar a las principales figuras del rival. Impropia para un conjunto bicampeón del continente.
Tanta concesión tuvo el efecto esperado. El peor de todos los escenarios de cara a este partido. A los 17’, una pelota perdida de Marcelo Díaz permitió la conexión de Suárez con Cavani. El goleador de las Eliminatorias no perdonó. Rostros cabizbajos, había que remar mucho, y contra una Selección que desayuna partidos con todo en contra.
Los reproches se los llevaba la defensa, pero el gran problema de la Roja esta en mediocampo, ahí donde se supone que está lo mejor de este equipo. Díaz mezclaba buenas y malas; Vidal, con muy poca presencia para lo que exige su condición de crack, visiblemente afectado en su condición física (jugó sólo por ser Vidal). ¿Y Pablo Hernández? Sin merecer un comentario, por su frialdad e intrascendencia. Por su timidez.
Más que nunca, Chile necesita una luz, un destello. Y ese traje de héroe se lo puso Alexis Sánchez. Cansado de esperar una pelota que no llegaba, el tocopillano se enganchó y empezó a pedirles a sus compañeros que levantaran la frente y que adelantarán sus líneas. El Niño Maravilla mostró el camino, con el muslo derecho vendado, quizás adolorido, pero con el corazón y el talento intactos.
La Roja se levantó, poco a poco. Un disparo cruzado de Isla fue el aviso a los 36’. Uruguay, siempre peligroso, empezó a sentirse dominado, aunque el duelo seguía cuesta arriba para los locales. De la nada, sin embargo, y cuando el descanso llegaba, Alexis apuró la jugada para que Beausejour le sirviera el empate a Eduardo Vargas. Una explosión de gol encendió la fiesta en el Nacional y la esperanza se apoderaba de todo un país de cara al segundo tiempo.
Sánchez siguió empujando a sus compañeros. Vidal duró poco más, tuvo que salir muy averiado. Todo quedaba en manos del número 7, quien no rehuyó el desafío. Después de más de un año de sequía en Eliminatorias (tal como lo hizo Vargas antes), Alexis demostró que es uno de los mejores delanteros del planeta.
A los 60’, con viveza y decisión, sacó un derechazo bajo y derrotó a Muslera. El 2-1, merecido, hacía olvidar la pesadilla de la primera mitad. La Celeste buscó la reacción. Con muy pocas ideas, eso sí. Es que las ideas le pertenecieron todas a Alexis. ¿Lesionado? Da lo mismo, a los 76’ recibió un pase perfecto de Díaz y se encaminó hacia el arco de Muslera. Resistió la marca del gigante Coates y la puso en un rincón para consagrar su noche extraordinaria (3-1).
Pizzi, con su libro del pragmatismo, ya había enviado a Roco en lugar de Fuenzalida. Apostaba por la prudencia, sin llegar a los niveles de Barranquilla. Sánchez pidió el cambio, salió entre vítores. En la cancha quedaba otro héroe, eso sí: Bravo, quien a los 88 minutos le contuvo un penal al temible Suárez. Brillante.
Porque para ganarle a Uruguay había que ser brillante. Se demoró en entenderlo Chile, pero tuvo la casta para dar vuelta el marcador y sellar una jornada enorme. El mejor empujón para llegar al Mundial. El espíritu queda arriba, nuevamente, gracias a la generación dorada del fútbol nacional.
La Tercera